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domingo, 20 de marzo de 2011

Japón, el orden en el caos

Para aquellos que se interesan por la cultura japonesa debe haber sido especial y trágico a la vez presenciar vía medios masivos el gran terremoto y tsunami en ése país.
Especial, porque se comprueba que lo leído e investigado de esa cultura es cierto. Su estoicismo ante todo, su organización precisa y sin aspavientos, su tenacidad histórica. Todo eso puesto a la más dura prueba.
Trágico, porque al vivir nosotros también en una tierra que se zangolotea a su regalada gana, sabemos lo que es quedar en la más plena inseguridad y el miedo vital que ocasiona. Conocemos lo que los nipones experimentaron, sólo que no reaccionamos igual. Y no me refiero a los saqueos que aquí vivimos y que en la zona de desastre japonés no se dieron ni por asomo. Sé que si tuviéramos acá la larga historia, tradición, desarrollo y equidad social de Japón probablemente no se hubieran producido tampoco.
Reaccionamos diferente porque nuestra estructura social privilegia otras actitudes: el egoísmo, el individualismo egocéntrico y la manía por considerar al otro peor y de menos valor que uno mismo (aunque seamos iguales a los demás). En Japón la actitud espiritual dada por el Budismo Zen y la religión autóctona del Shinto, que reconoce espíritus y deidades en los bosques, montañas, lagos y ríos, ha otorgado a ese pueblo de una consciencia colectiva de unidad con ellos y la tierra en que viven. Sumado a eso la filosofía samurai del Bushido, “el camino del guerrero”, que ya tiene concientizados a todos los japoneses, generación tras generación, de que la muerte es algo aceptable y sin dramas, mientras no se mancille el honor, manteniendo una actitud de heroísmo silencioso y, si llega la hora, el sacrificio por algo superior (sus compatriotas, los valores, etc.), como los 180 voluntarios de Fukushima, dispuestos a morir para que el plutonio y el uranio no se esparzan por el aire de Japón, trabajando en los mismos reactores nucleares siniestrados. Muerte segura, lenta y dolorosa.
Todos tenemos presente la figura del samurai, los contemplativos jardines que hacen como un arte y la virilidad para sobreponerse a la más mortal batalla. Una mezcla excepcional y sublime.
Es verdad que Japón vivió una crisis a principios del siglo XX cuando los samuráis quedaron relegados a la última posición social y el comerciante (que ocupaba la última posición por su interés netamente individual de ganancia) se elevó al primer lugar junto a sus valores o más bien ausencia de ellos. Pero fue necesario para que Japón se transformara en potencia mundial. Quedó claro que los antiguos fundamentos del Bushido no se habían perdido del todo cuando les tocó reconstruirse luego de recibir dos bombas atómicas, una en Hiroshima y la otra en Nagasaki, al final de la Segunda Guerra Mundial. Y así, como esa vez, se recuperarán de nuevo. Como las hormiguitas que les destruyes su hormiguero y al otro día tienen uno nuevo y mejor.
Volverán los ejecutivos japoneses de las grandes empresas a leer el Go Rin No Sho, “El libro de los cinco anillos”, escrito por Miyamoto Musashi (el más grande samurai que jamás existió, nunca vencido y que se retiró al final de su camino guerrero a contemplar y meditar, escribiendo de paso aquel libro), para usar las tácticas de estrategia militar en el comercio internacional y también ser algo más que un ejecutivo, como su cultura se los exige. También reaccionarán ante la crisis radioactiva que ahora padecen perfeccionado sus sistemas, para que nunca más les vuelva a pasar lo mismo. Volverán a tener como emblema la flor del cerezo, que representa la levedad de la existencia. Y sin duda volverán a enseñarnos que el método, la paciencia, la colaboración (antes que la competencia) y la perfección en cada aspecto de la vida, desde la organización social en las catástrofes hasta la preparación de una taza de té, son aspectos claves para vivir de forma integral en este cosmos a ratos tan caótico.        

(Lo que también espero es que la visión shintoísta de la Naturaleza como algo sagrado, se expanda más allá de sus fronteras abandonando la caza de ballenas).

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